Es inevitable: un rato en el agua y nuestros dedos se arrugan. Se trata de un fenómeno al que estamos acostumbrados, aunque quizás no sepamos todavía por qué se produce. La principal hipótesis apunta a que se debe a un mecanismo adaptativo de nuestro cuerpo.
Tener los dedos arrugados es una de las señales inequívocas del verano. El calor que trae esta estación empuja a darnos un chapuzón tras otro en el mar o la piscina. El agua fresquita hace olvidarnos de las altas temperaturas del exterior y, de camino a la toalla para secarnos, es cuando nos damos cuenta de que nuestros dedos se han transformado en uvas pasas. Pero, ¿por qué ocurre este fenómeno?
“Las características de la piel de las manos y de los pies son diferentes a las del resto. Es más gruesa y tiene unos conductos que se relacionan con las glándulas sudoríparas”, subraya Raúl de Lucas, jefe de Sección de Dermatología del Hospital La Paz. El especialista explica que, por la última razón, sudamos más por estas zonas del cuerpo. Además, añade que otro factor por el que se nos arrugan los dedos es porque “existe una especie de intercambio de iones con distintos grados de salinidad entre el medio y la piel de las manos y de los pies”.
“Se trata de una serie de conductos por los que pasan unas sustancias dependientes, sobre todo, del calcio”, afirma el dermatólogo, quien detalla que, como consecuencia, cuando hay diversas concentraciones en los fluidos dentro y fuera de la piel, se producen desequilibrios hidroelectrolíticos que provocan un estímulo nervioso. De esta forma, determinados nervios son los responsables de que la piel se contraiga y se arrugue.
¿Un mecanismo adaptativo?
La principal teoría que justifica este cambio apunta a una adaptación de nuestro cuerpo al medio mojado. De acuerdo con de Lucas, al contraerse las manos y los pies, nuestra facultad de agarre es mucho mejor. Por ejemplo, si nos encontráramos en una superficie lisa, “esa arruga aumenta la capacidad de adhesión”.
Esta hipótesis la respalda un estudio publicado en la revista Royal Society, que determina también que las arrugas mejoran la manipulación de objetos muy húmedos o sumergidos. Las 20 personas que participaron en la investigación cogieron objetos mojados y secos tanto con los dedos arrugados como sin arrugas. El análisis concluyó que, con las manos arrugadas, se tardaba menos tiempo (en concreto, un 12%), en agarrar y trasladar las piezas húmedas.
A pesar de que el estudio comprobó que existía una clara ventaja de tener los dedos arrugados al emplear cuerpos mojados, no ocurría lo mismo con aquellos que estaban secos, donde no había diferencia entre tener las manos arrugadas o no. Este descubrimiento invita a plantearse la siguiente pregunta: si da igual tener la piel contraída o no para agarrar los objetos secos, pero, en cambio, es preferible que esté arrugada para el manejo de la materia húmeda, ¿por qué no tenemos siempre los dedos arrugados?
Los autores de la investigación apuntan a que lo presumible es que las desventajas de las arrugas superen a los beneficios. “Es poco probable que esto sea un costo en términos de manejo de objetos, porque no hubo un efecto perjudicial de las arrugas en el empleo de objetos secos en nuestro experimento. Lo más posible es que el costo sea en términos de pérdida de sensibilidad somatosensorial en las yemas de los dedos o mayor vulnerabilidad al daño al atrapar objetos”, indica el trabajo, que agrega que ambas hipótesis quedan pendientes de comprobarse.
¿Cuándo deberíamos preocuparnos?
Lo normal es que los dedos no se nos arruguen hasta pasados unos minutos (alrededor de 10) desde que hemos entrado en contacto con el agua. “Sin embargo, si las arrugas aparecen demasiado rápido, desde el primer minuto, se debería consultar con el médico porque puede haber una alteración de los iones o de las glándulas sudoríparas”, advierte de Lucas. En este sentido, el dermatólogo destaca que este fenómeno se conoce como queratodermia acuagénica, “que supone el engrosamiento de la piel, volviéndose blanquecina”. Este síntoma, continúa el especialista, podría revelar ciertas enfermedades como la fibrosis quística.
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